Casi siempre, cuando observamos una obra de arte, obtenemos una idea precisa de lo que el artista quiso expresar. Sin embargo, algunas veces, las formas en que se presenta la obra son demasiado abstractas y no podemos entender con tanta facilidad cual fue el mensaje que el pintor nos quiso transmitir. Esto influye en mucho en el disfrute que podamos tener del cuadro estudiado.
Un caso parecido, pero en sentido opuesto, es el de obras cuya imagen ha sido tan difundida, tan saturada de interpretaciones y de lecturas, que el volver a contemplarlas ya no nos dice nada y hasta nos resultan en cierta manera fútiles.
La Monna Lisa, lamentablemente, es una de estas pinturas. Y ciertamente la obra maestra de Leonardo da Vinci, el célebre artista del renacimiento, no merece esta limitante circunstancia. Por lo tanto, queremos proponerte una vía para que cuando la observes de nuevo, con mucha atención, descubras algo inesperado y que te sorprenda gratamente.
Se ha hablado mucho con respecto a la posible identidad de la persona retratada por Leonardo, en su Monna Lisa; y se ha comentado, aún más, acerca de la famosa sonrisa que nos muestra esa misteriosa dama de manto oscuro. En cambio, poco se ha tratado acerca de la singular posibilidad de que Leonardo haya deseado, intencionalmente, que los espectadores de su obra reaccionaran de esa misma manera, llenándose de interrogantes y de enigmas. La sonrisa de la dama indudablemente que alude a un lúdico reto; ella está en la espera de quien pueda resolver su acertijo: es una esfinge.
Si recordamos a Edipo, y su episodio mitológico en la tradición griega con referencia a la esfinge de Tebas, podremos tener una vía para meditar acerca de que, el secreto de la Monna Lisa, tiene más que ver con el contemplador que se presenta cada vez ante ella, que con la misteriosa modelo. Y si advertimos bien, la única pauta que hay para resolver su misterio, o está en la dama, o está en el paisaje brumoso tipo florentino que se muestra en el fondo. La imagen de la Monna Lisa, de acuerdo a las técnicas magistrales de Leonardo, pareciera emerger del paisaje mismo, como si alguien se asomara a través de una cortina o de un velo. La imagen de la dama es solo una apariencia de algo que yace, oculto, más allá de ella, y que tiene que ver en mayor medida con el espectador de la obra, que con la representación que Leonardo nos ofrece.
Finalmente pensemos: da Vinci, hombre de su tiempo, multifacético, emprendedor, ponderador del papel de lo humano y su armonización con el Universo. Relacionemos esta idea con todas las anteriores ¿Qué podemos concluir, al final? Tal vez que, la Monna Lisa, nos expresa que la verdadera obra de arte se localiza más allá de ella misma, en el horizonte prácticamente infinito que nos alude el paisaje neblinoso, casi virtual, que se nos presenta allende la dama, silenciosa y lúdica. La sonrisa es una invitación a asumir nuestro papel renacentista de constructores-creadores de realidad: la sonrisa es un umbral, que cuando dejamos de verla, enmarcada, nunca deja de aparecer en el mundo: nuestro mundo; es decir, un espacio sin marcos, y sin limitaciones inherentes de ningún tipo, dispuesta a ser interpretada de cualquier manera posible, para la recreación- literal- en ella, de nuestro propio ser. Para contemplar a la Monna Lisa como nunca antes, olvídate de quien es la dama de la sonrisa y descubre en su mensaje secreto, qué tanto puedes ser tú, más allá de ella, compartiendo- creando- con ella, el motivo de su alegría sin final.
Un caso parecido, pero en sentido opuesto, es el de obras cuya imagen ha sido tan difundida, tan saturada de interpretaciones y de lecturas, que el volver a contemplarlas ya no nos dice nada y hasta nos resultan en cierta manera fútiles.
La Monna Lisa, lamentablemente, es una de estas pinturas. Y ciertamente la obra maestra de Leonardo da Vinci, el célebre artista del renacimiento, no merece esta limitante circunstancia. Por lo tanto, queremos proponerte una vía para que cuando la observes de nuevo, con mucha atención, descubras algo inesperado y que te sorprenda gratamente.
Se ha hablado mucho con respecto a la posible identidad de la persona retratada por Leonardo, en su Monna Lisa; y se ha comentado, aún más, acerca de la famosa sonrisa que nos muestra esa misteriosa dama de manto oscuro. En cambio, poco se ha tratado acerca de la singular posibilidad de que Leonardo haya deseado, intencionalmente, que los espectadores de su obra reaccionaran de esa misma manera, llenándose de interrogantes y de enigmas. La sonrisa de la dama indudablemente que alude a un lúdico reto; ella está en la espera de quien pueda resolver su acertijo: es una esfinge.
Si recordamos a Edipo, y su episodio mitológico en la tradición griega con referencia a la esfinge de Tebas, podremos tener una vía para meditar acerca de que, el secreto de la Monna Lisa, tiene más que ver con el contemplador que se presenta cada vez ante ella, que con la misteriosa modelo. Y si advertimos bien, la única pauta que hay para resolver su misterio, o está en la dama, o está en el paisaje brumoso tipo florentino que se muestra en el fondo. La imagen de la Monna Lisa, de acuerdo a las técnicas magistrales de Leonardo, pareciera emerger del paisaje mismo, como si alguien se asomara a través de una cortina o de un velo. La imagen de la dama es solo una apariencia de algo que yace, oculto, más allá de ella, y que tiene que ver en mayor medida con el espectador de la obra, que con la representación que Leonardo nos ofrece.
Finalmente pensemos: da Vinci, hombre de su tiempo, multifacético, emprendedor, ponderador del papel de lo humano y su armonización con el Universo. Relacionemos esta idea con todas las anteriores ¿Qué podemos concluir, al final? Tal vez que, la Monna Lisa, nos expresa que la verdadera obra de arte se localiza más allá de ella misma, en el horizonte prácticamente infinito que nos alude el paisaje neblinoso, casi virtual, que se nos presenta allende la dama, silenciosa y lúdica. La sonrisa es una invitación a asumir nuestro papel renacentista de constructores-creadores de realidad: la sonrisa es un umbral, que cuando dejamos de verla, enmarcada, nunca deja de aparecer en el mundo: nuestro mundo; es decir, un espacio sin marcos, y sin limitaciones inherentes de ningún tipo, dispuesta a ser interpretada de cualquier manera posible, para la recreación- literal- en ella, de nuestro propio ser. Para contemplar a la Monna Lisa como nunca antes, olvídate de quien es la dama de la sonrisa y descubre en su mensaje secreto, qué tanto puedes ser tú, más allá de ella, compartiendo- creando- con ella, el motivo de su alegría sin final.
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